Según tengo entendido, Baudelaire alguna vez
escribió refiriéndose a los poetas que inician: “…todo comienzo ha estado
siempre precedido y es resultado de veinte comienzos desconocidos” ¿Podría
aplicarse la frase del autor de “Las Flores del Mal” a uno de los comienzos del
joven Sergio Garay? Joven entusiasta de la poesía que recientemente publicó la
plaqueta “El Rostro con la Boca Perfecta” ¿Podríamos decir entonces que los diecinueve
poemas que conforman esta plaqueta marcan el inicio de Sergio Garay en los
aciagos terrenos de este oficio? Desde mi perspectiva indicaría que Sergio ha
dado un buen paso; ese paso, aunque bueno, no es definitivo si de iniciar en la
poesía, y denominar a alguien “POETA” con letras mayúsculas se refiere.
No me mueve desprecio ni lisonja a este comentario,
pues quiero agregar además, que tengo la suerte de reconocerme como amigo del
joven Garay, a quién estimo y admiro de manera personal por su talento y disciplina.
Además, he disfrutado en demasía de la serie de poemas que se vierten en esta
plaqueta, y de otros poemas inéditos que él ha escrito y compartido con mi
persona, como yo lo he hecho con él en más de alguna ocasión. Por eso espero
que no sea el caso afectivo el que me envié con ciega inclinación a afirmar que
sus versos son acertados. Al respecto quiero mencionar que aún antes de iniciar
esa estrecha amistad, habiendo escuchado sus poemas en algunas ocasiones, en
peñas culturales o en talleres, empecé a notar que en la producción de Garay
había un trabajo prometedor.
Es así que en las relecturas de “El Rostro de la
Boca Perfecta”, he podido confirmar mis
anteriores aseveraciones. Si hay algo que un escritor tiene que tener es una
voz propia, una personalidad literaria bien marcada. Hasta la fecha, en cada
ocasión que releo sus poemas para buscar un efecto contrario, el eco de otro
autor o la imitación sublimada no aparecen, al menos que yo no lo haya notado
esas falencias.
El tono de los poemas está cubierto de una atmosfera
luctuosa, que demuestra cierta incomodidad con el ambiente en que el poeta habita:
toda esa incomodidad transmigra desde el entorno exterior que describe hasta el
espacio íntimo. Que a todas luces es el espacio urbano. La incomodidad
encuentra su catálisis en la violencia reflejada en sus versos, tanto violencia
infringida a un destinatario:
“Ando preparado para
cubrir de sangre
tu listón, tu
uniforme y tu rutina
medir tu rostro con
la esquina de metal
con una grada
dejar polvoreado el
concreto
con tus semillas
cerebrales, ya podridas” (I)
Como violencia infringida hacia el poeta mismo, ya
sea por el entorno u otra persona:
“… vos considerás que
pensar es causa de muerte,
debo de andar con
cuidado
para que no me roben
la sonrisa
un día de estos brotará
una cascada de sangre
de mis fosas nasales
un día me dolerá el
corazón
(…)
y me sentiré desnudo.”(IX)
Dentro de la atmosfera de este poemario gravitan
esquirlas de sangre. Pomos rojos que manchan el pavimento, las páginas, la ropa.
Ya sea por la caída, el arma que horada, o el puñetazo que acierta en el rostro
como ejemplo del golpe que la realidad misma nos acierta en las narices. Como
una guerra constante, entre el individuo y sus semejantes o el individuo y el
medio. Como puede verse en este ejemplo más ilustrativo sobre la violencia que
sutilmente ejerce el entorno:
“Días en que soy
testigo de la catarsis mundial y nacional.
Días en que es mejor
ser la tortuga de la fábula,
El piso que contuvo
la caída del profeta,
la palabra, no el
golpe.” (XIII)
La palabra, esa herramienta que nos hace humanos, y
por medio de la cual el hombre intenta asir el universo. La palabra: el “LOGOS”
como era concebida por los antiguos griegos. El LOGOS es la única arma para el
hombre. La palabra es lo único con lo que el poeta puede defenderse. Su única
trinchera. “El Rostro con la Boca Perfecta” es su primer alegato, el primer
golpe de Sergio Garay en este ring, esperamos que en cada trabajo que nos
devele mejore su calidad, lo sabemos por la disciplina que lo caracteriza, pues
“El Rostro con la Boca Perfecta” sólo es uno de los tantos comienzos de los que
habla Baudelaire.
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