Si escribir es
una rectificación de vida, escribir una carta abierta cada que cumplo años es
quizás la exageración de esa idea: es llevar hasta niveles de morbo ese
voyerismo. Quizás esta no tenga entre sus líneas artificios retóricos. Tal vez
no escriba hoy sobre alegrías o tristezas: he escrito mucho últimamente sobre
esos temas. La verdad escribo hoy esta carta por cumplir con la tradición que
me ha llevado ya seis años, atendiendo al principio que quizás lo único en la
vida que valga la pena, porque nos arraiga a algo, son las tradiciones.
¿Qué puedo decir ahora? Tengo veintitantos
años, la vida se escurre y uno casi ni se da cuenta. Estoy llegando más con
pena que con gloria a mi tercera década, pero ahora: ¿quién puede medir el
éxito del fracaso? Tengo pareja, amigos, familia, un empleo modesto y el oficio
de escribir. He cambiado mucho desde la última carta, algunas de esas cosas no
las tenía como las tengo hoy: mi calidad de vida ha mejorado y me siento
agradecido por eso. Tengo un camino por seguir, una vida, y por el momento,
sigo caminado.