Hace algunos días descubrí que el ocaso es hermoso, a pesar de esta ciudad apestada de ruido y smog. Yo caminaba a través de una pasarela; iba, como es costumbre, tarde hacía un compromiso; y a pesar de mi retraso, me tomé mi tiempo y decidí sentarme un rato en un escalón para disfrutar del crepúsculo.
Encendí un cigarrillo, la gente pasaba sin percatarse de mi, sin reparar en la belleza que se estaban perdiendo; algunos subían, otros bajaban, todos a la defensiva uno del otro: todos contra todos. Esa observación me hizo pensar que la vida es una fiesta donde nadie interactúa con nadie, “¿algo ha de estarles haciendo falta?” pensé… “¿y a mi, que es lo que me estará faltando?” me dije luego.
Entonces, allí, sentado en el sucio escalón de una pasarela, situada a la vez en una rancia ciudad, me dí cuenta que me había olvidado de la literatura, que es tan básica en mi vida.
Encendí un cigarrillo, la gente pasaba sin percatarse de mi, sin reparar en la belleza que se estaban perdiendo; algunos subían, otros bajaban, todos a la defensiva uno del otro: todos contra todos. Esa observación me hizo pensar que la vida es una fiesta donde nadie interactúa con nadie, “¿algo ha de estarles haciendo falta?” pensé… “¿y a mi, que es lo que me estará faltando?” me dije luego.
Entonces, allí, sentado en el sucio escalón de una pasarela, situada a la vez en una rancia ciudad, me dí cuenta que me había olvidado de la literatura, que es tan básica en mi vida.