Se dice que una de las primeras
memorias que desarrollamos es la memoria olfativa. Que podemos recordar un olor,
(más que un rostro, un sabor o una música), que hayamos percibido en nuestros
primeros años. La verdad es, que si quiero hacer reminiscencia de mi infancia,
lo primero que se me viene a la mente es el olor a limonada: sí, el olor a la
limonada que mi madre vertía en la cantimplora que llevaba al kínder, cuando
tenía seis años.
Eran los años que empezaba a
tener “Uso de razón”, allá por los inicios de la década de los 90°s. Luego
vienen una serie de imágenes confusas: los rostros de mis compañeritos, y si no
fuera por las fotografías de graduación, no evocaría el rostro de mi maestra de
entonces, de la cual no recuerdo gran cosa.
Han pasado los años, mucha agua
ha pasado bajo los puentes. Y yo sigo recordando mi infancia, a través del
almibarado olor a la limonada.
Nada es más triste que la muerte de un niño.
Ojalá que nunca muera el niño que un día fui.