De un ataráxico, con mucho
“aprecio”.
No digas el cuerpo y las espinas.
No sabes de la sangre y las fechas pavorosas que forman la suerte del mundo.
A ti solo te contaron de la sombra y no de los colmillos;
De la espada y no del grito en la noche.
Tú y tus amigos se hundirán en sus heces
y creerán que todo fue la espina,
y habrán creído tener cuerpo para decir: “conocí la espina”.
Pero no,
no se habrán rotos los espejos en su casa
y se escuchará música de violín y aplausos
cuando todos ustedes quieran escuchar guitarras rotas.
Porque esto de decir es que un derrumbe te señale con su oscuro dedo
y escriba tu nombre en el enjambre de astros partidos bajo las ruedas del amanecer.
Esto de decir amerita el silencio.
Antes de decir el cuerpo y las espinas
deben
Tú y tus amigos,
arrodillarse ante las larguísimas lágrimas del silencio.