lunes, 27 de enero de 2014

Sergio Garay: “la palabra, no el golpe”.



Según tengo entendido, Baudelaire alguna vez escribió refiriéndose a los poetas que inician: “…todo comienzo ha estado siempre precedido y es resultado de veinte comienzos desconocidos” ¿Podría aplicarse la frase del autor de “Las Flores del Mal” a uno de los comienzos del joven Sergio Garay? Joven entusiasta de la poesía que recientemente publicó la plaqueta “El Rostro con la Boca Perfecta” ¿Podríamos decir entonces que los diecinueve poemas que conforman esta plaqueta marcan el inicio de Sergio Garay en los aciagos terrenos de este oficio? Desde mi perspectiva indicaría que Sergio ha dado un buen paso; ese paso, aunque bueno, no es definitivo si de iniciar en la poesía, y denominar a alguien “POETA” con letras mayúsculas se refiere. 

No me mueve desprecio ni lisonja a este comentario, pues quiero agregar además, que tengo la suerte de reconocerme como amigo del joven Garay, a quién estimo y admiro de manera personal por su talento y disciplina. Además, he disfrutado en demasía de la serie de poemas que se vierten en esta plaqueta, y de otros poemas inéditos que él ha escrito y compartido con mi persona, como yo lo he hecho con él en más de alguna ocasión. Por eso espero que no sea el caso afectivo el que me envié con ciega inclinación a afirmar que sus versos son acertados. Al respecto quiero mencionar que aún antes de iniciar esa estrecha amistad, habiendo escuchado sus poemas en algunas ocasiones, en peñas culturales o en talleres, empecé a notar que en la producción de Garay había un trabajo prometedor.

Es así que en las relecturas de “El Rostro de la Boca Perfecta”,  he podido confirmar mis anteriores aseveraciones. Si hay algo que un escritor tiene que tener es una voz propia, una personalidad literaria bien marcada. Hasta la fecha, en cada ocasión que releo sus poemas para buscar un efecto contrario, el eco de otro autor o la imitación sublimada no aparecen, al menos que yo no lo haya notado esas falencias.

El tono de los poemas está cubierto de una atmosfera luctuosa, que demuestra cierta incomodidad con el ambiente en que el poeta habita: toda esa incomodidad transmigra desde el entorno exterior que describe hasta el espacio íntimo. Que a todas luces es el espacio urbano. La incomodidad encuentra su catálisis en la violencia reflejada en sus versos, tanto violencia infringida a un destinatario:
Ando preparado para cubrir de sangre
tu listón, tu uniforme y tu rutina
medir tu rostro con la esquina de metal
con una grada
dejar polvoreado el concreto
con tus semillas cerebrales, ya podridas” (I)
Como violencia infringida hacia el poeta mismo, ya sea por el entorno u otra persona:
… vos considerás que pensar es causa de muerte,
debo de andar con cuidado
para que no me roben la sonrisa
un día de estos brotará una cascada de sangre
de mis fosas nasales
un día me dolerá el corazón
(…)
y me sentiré desnudo.”(IX)

Dentro de la atmosfera de este poemario gravitan esquirlas de sangre. Pomos rojos que manchan el pavimento, las páginas, la ropa. Ya sea por la caída, el arma que horada, o el puñetazo que acierta en el rostro como ejemplo del golpe que la realidad misma nos acierta en las narices. Como una guerra constante, entre el individuo y sus semejantes o el individuo y el medio. Como puede verse en este ejemplo más ilustrativo sobre la violencia que sutilmente ejerce el entorno:
Días en que soy testigo de la catarsis mundial y nacional.
Días en que es mejor ser la tortuga de la fábula,
El piso que contuvo la caída del profeta,
la palabra, no el golpe.” (XIII) 

La palabra, esa herramienta que nos hace humanos, y por medio de la cual el hombre intenta asir el universo. La palabra: el “LOGOS” como era concebida por los antiguos griegos. El LOGOS es la única arma para el hombre. La palabra es lo único con lo que el poeta puede defenderse. Su única trinchera. “El Rostro con la Boca Perfecta” es su primer alegato, el primer golpe de Sergio Garay en este ring, esperamos que en cada trabajo que nos devele mejore su calidad, lo sabemos por la disciplina que lo caracteriza, pues “El Rostro con la Boca Perfecta” sólo es uno de los tantos comienzos de los que habla Baudelaire.



                         

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