De un momento a otro, sin preverlo, aparecen en una esquina de mi biblioteca, con sus ojos azules que ensayan toda la gama de iris hasta el verde. Desnudos, con una indigencia obscena que raya con el ghandinismo, por su único uso del taparrabo.
A menudo se burlan de mí, de mis grandes manos, me sonsacan que jamás conoceré completamente mi biblioteca, y tienen razón. Porque me saben efímero ellos presumen de su eternidad, el hecho de saberse perpetuos los envilece para conmigo.
Hay uno que se entretiene imitando mis movimientos, conoce todos mis gestos y está obsesionado con reproducir mis tics nerviosos, a veces suelo observarlo en su manía especular, lo veo fijamente a sus oceánicos ojos verdiazules, que me observan con cierta réplica, y comienzo a hacer muecas, las que él repite con gran placer, en otras ocasiones las prevé y aún antes de idearlas él se me adelanta en total sincronía, me hace pensar que posee la habilidad de leer la mente. Pobre amigo mío, el otro día le compré un espejo, y no acabó de asombrarse frente a su reflejo haciendo un millón de monadas, y calcando mis gestos con cierta mofa. El pobre incauto ha osado en peinarse de la misma forma que yo.
Por las noches me ayudan con alguna cita que olvido, o me asesoran con algún material que poseo y no he leído aún, me proponen ciertos temas, no sin expresa vanidad.
Sufren la adicción a los dulces, y muchas veces me extorsionan so pretexto de quemar mis habitaciones si no les traigo el manjar deseado: bombones, compotas, caramelos y nueces: Al verlos se resuelven en gran felicidad infantil, tienen la manía de comparar los bombones con las fotos de planetas que han visto en las láminas de alguna enciclopedia, en especial, les fascina Saturno.
Nunca he comentado con nadie acerca de la existencia de mis pequeños inquilinos, compañeros de mis vigilias nocturnas, pues a causa del particular, constatarían mi locura.
Da cierta envidia ver mi rostro frente al espejo y saberme envejeciendo cada día, mientras ellos siguen igual: tan lozanos como eternos infantes burlando el paso de los siglos; observando el mundo por la mirilla de la puerta; cazando cucarachas; ya desordenando mi cuarto, ya en sus monótonos juegos; durmiendo entre mis libros durante el día; y renegando con cierto aburrimiento durante la noche; o con la alegría frugal que les ocasiona la llegada de un libro nuevo, que me arrebatan de las manos y apresuran a leer, antes que yo.
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