Ocurre que las mujeres abandonan a los poetas como si fueran grajos o caballos viejos. Alegan como razón su miseria, su desapego del mundo, su nulidad utilitaria. O porque la imagen idealista que se forjaron de él se derrumba bajo el techo de una realidad sombría.
Yo me enamoro de una mujer únicamente cuando estoy seguro de dos cosas: ser inimitable en hacerla feliz, y en hacerla sufrir.
Espero de tal mujer un amor reciproco.
Si resiste la felicidad lo mismo que la pena; si su corazón no cesa de latir en la soledad con el mismo ímpetu y pasión; si aún en medio de pavorosos desgarramientos conserva una nítida integridad; y si tiene la absoluta generosidad de renunciar a los rosados mundos por el puñado de afecto que el vivir exprime, entonces sé que ahí está el amor con su carga de miseria y conmiseración.
Yo me enamoro de una mujer únicamente cuando estoy seguro de dos cosas: ser inimitable en hacerla feliz, y en hacerla sufrir.
Espero de tal mujer un amor reciproco.
Si resiste la felicidad lo mismo que la pena; si su corazón no cesa de latir en la soledad con el mismo ímpetu y pasión; si aún en medio de pavorosos desgarramientos conserva una nítida integridad; y si tiene la absoluta generosidad de renunciar a los rosados mundos por el puñado de afecto que el vivir exprime, entonces sé que ahí está el amor con su carga de miseria y conmiseración.
Tomado de:
Arango, Gonzalo, Obra Negra. Ediciones Carlos Lohlé. Buenos Aires, Argentina: 1999.
1 comentario:
Que ondas Luis, pues estaba un poco perdido, la verdad es que no he tenido mi herramienta, la computadora chuca se me arruina con frecuencia, la razón es porque no me aguanta mi ritmo de trabajo, tú ya sabes: pasar escribiendo casi por seis horas al día, aparte del uso de Internet.
Nos vemos al rato.
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