Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telarañas que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.
¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos?
Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados, como si se asfixiaran dentro de las paredes.
A veces se piensa, al dar la vuelta a la llave de la electricidad, en el espato que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un gato o como un ladrón.
Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo, y en las que súbitamente se comprende de que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme.
¡Silencio! –Grillo afónico que nos mete en el oído –, ¡Cantar de las canillas mal cerradas! –único Grillo que le conviene a la ciudad –.
Tomado de:
Oliverio Girondo (1922) Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Buenos Aires, Argentina. Editorial Losada. Página: 31.
IMAGEN:
Detalle de portada del libro: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, de la edición citada. Diseño: Alberto Diez.
2 comentarios:
Excelente poema el de Girondo...
Saludos José:Si, es uno de los mejores poemas que he leído, me agrada que te guste
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