Últimamente estoy cruzando demasiados límites, haciendo
cosas que hace algunos meses ni me hubiera imaginado que haría. Aludo la
responsabilidad a mi personalidad un tanto voluble: nadie más tiene la culpa de
mis decisiones, sean acertadas o erróneas.
Lo que sí puedo entrever, es que
en estos últimos tres meses mi itinerario de decisiones erróneas ha traspasado los
límites, hundiéndome en una ciénaga de la que no puedo salir. Y no culpo a las compañías
y circunstancias: uno es uno mismo con su lastre de experiencias, mitos,
creencias y valores donde quiera que se encuentre; pero, a causa de los últimos
incidentes en los que me he visto involucrado
(que no mencionaré); pongo en entredicho mi pureza de espíritu y mi buena
voluntad para conmigo y los demás.
Se que suena a un alegato moral todo esto, y por mi naturaleza tendría que tener una visión: “más allá del bien y del mal”, pero no dejo de
sentir cierto cargo de conciencia cuando recuerdo las ocasiones en las que he “perdido
el control”, al ver las consecuencias que trae consigo cada una de esas
acciones.
En fin, no puedo decir ahora que enmendaré esos errores, no sé si seguiré revolcándome entre las heces, ya he intentado salir de esa racha negativa; pero, cuando me propongo no volver a “perder el control”, todo se me facilita para que haga lo contrario, y me hunda, a mayor profundidad.