domingo, 6 de noviembre de 2016

Cuando las cosas se dan por inercia…

Últimamente estoy cruzando demasiados límites, haciendo cosas que hace algunos meses ni me hubiera imaginado que haría. Aludo la responsabilidad a mi personalidad un tanto voluble: nadie más tiene la culpa de mis decisiones, sean acertadas o erróneas.

Lo que sí puedo entrever, es que en estos últimos tres meses mi itinerario de decisiones erróneas ha traspasado los límites, hundiéndome en una ciénaga de la que no puedo salir. Y no culpo a las compañías y circunstancias: uno es uno mismo con su lastre de experiencias, mitos, creencias y valores donde quiera que se encuentre; pero, a causa de los últimos  incidentes en los que me he visto involucrado (que no mencionaré); pongo en entredicho mi pureza de espíritu y mi buena voluntad para conmigo y los demás.

Se que suena a un alegato moral todo esto, y por mi naturaleza tendría que tener una visión:  “más allá del bien y del mal”, pero no dejo de sentir cierto cargo de conciencia cuando recuerdo las ocasiones en las que he “perdido el control”, al ver las consecuencias que trae consigo cada una de esas acciones.  

En fin, no puedo decir ahora que enmendaré esos errores, no sé si seguiré revolcándome entre las heces, ya he intentado salir de esa racha negativa; pero, cuando me propongo no volver a  “perder el control”, todo se me facilita para que haga lo contrario, y me hunda, a mayor profundidad.     


martes, 1 de noviembre de 2016

PLEGARIA (Ricardo Lindo)

Les comparto este poema, autoría del Maestro, Ricardo Lindo Fuentes: 


"Para mi hermano Arturo, con quién viajábamos por las tierras aquellas.

Dame, Dios, el otoño.
Concédeme.
una vez al menos,
los largos, los dorados otoños
de la viajera juventud que yo tuve,
esos bosques
en llamas musicales junto a los lentos ríos,
donde  se reflejaban los antiguos palacios.
Concédeme, Dios lejano de todos los lejanos
la vida en las palabas,
cuanto se fue y habita en la memoria
sitúalo en los versos que yo escribo,
tan amorosos de otra edad,
y restituye en la palabra mía
la ardilla que cascaba las nueces del otoño,
los cisnes sobre el lago de Ginebra,
y la lejana y alta cumbre
nevada para siempre.
Más bellas son las cosas evocadas
que aquellas que tocamos con las manos
en toda latitud,
más bello el infinito de otro tiempo
que el del tiempo presente.
Caen, caen las hojas misteriosas
de los perdidos bosques,
van las aguas
del rio Loira bajo las palabras,
las que amaba el escuálido estudiante
de los bolsillos rotos
del acento extranjero,
la mochila a la espalda..." .  

Tomado de:
Lindo, R. Bello Amigo Atardece, 2010. Págs.: 146-147. Índole Editores : San Salvador, El Salvador.
   

lunes, 24 de octubre de 2016

GRACIAS POR TODO MAESTRO...

Quedamos de reunirnos en un café de la Calle Arce, yo te llevaba el tomo de las obras completas de Borges que me prestaste.  Tú traías un legajo de páginas en un folder: eran mis cuentos, que días antes me habías pedido para hacer una selección de lo que había producido durante el taller. Recuerdo que me dijiste, con esa vos tuya, siempre parecida a un susurro: “…vaya, esto podría ser un libro; estos cuentos tienen unidad…” yo recibí contento el folder, había tenido tu visto bueno.

Luego hablamos de tu salud, de cómo habías salido recientemente del hospital, y concertamos una nueva fecha para tomarnos otra vez un café, y para hablar del proceso de mi libro; encuentro que ya no se dio, porque me distancié de la literatura y tú te agravaste de salud.  

Recuerdo que la última vez que te llamé por teléfono acababa de leer tu libro: “El Canto Aún Cantado”; porque preparaba una charla sobre tu vida y obra para la biblioteca pública de Santa Ana, te di las gracias por escribir el libro, te escuche cansado y prometí que te llamaría de nuevo, no lo hice, porque tengo ese defecto de dejar las cosas para después,  hoy me lamento de no haberlo hecho.

Luego entré en el remolino de la vida, el trabajo, etc., y mi indisciplina de pasar incomunicado, de desconectarme del mundo y de la gente. Me enteré de un homenaje que te hicieron recientemente, y no pude ir.  Hoy mis lágrimas caen sobre el café, aquel café de vaso desechable que compartíamos en el taller, con mis compañeros, aquellos miércoles en los que yo me sentía verdaderamente feliz, por compartir esa literatura que siempre amamos.

Maestro, gracias por habernos regalado tu tiempo, gracias por tus enseñanzas, por compartir tu sonrisa de niño y esa mirada limpia que nunca mancharon las vicisitudes y los años.   

Sobre todo: gracias por escribir y dejarnos tu literatura….

jueves, 20 de octubre de 2016

Paradojas del destino…

Durante el año 2012, junto a dos amigos, Walldemar Romero y Sergio Garay, emprendimos una aventura literaria llamada: “Circulo Literario Mishima”. Era un inocente esfuerzo por difundir la literatura, propia y ajena, en varios medios: escuelas, bibliotecas, centros culturales etc.  

El proyecto duró, esencialmente, cerca de dos años. Poco a poco, cada uno tomó distinto camino. Debo asegurar que fue durante ese tiempo que me sentí más conectado con el quehacer literario, pues no he vuelto a participar en actividades de esa índole. Básicamente, el único que se mantiene activo bajo esa idea es mi compañero Walldemar, pues él, bien o mal, sigue difundiendo la literatura desde su perspectiva.

Por esos años me tocaba viajar continuamente de Santa Ana a San Salvador,  para asistir a las distintas actividades culturales de la capital. Trabajaba como docente de educación básica en un colegio de mala muerte y vivía tranquilo, sin más tropiezos en la casa paterna. Emigré con el objetivo de mejorar mi situación económica  y tener más tiempo para la literatura, pero hoy que vivo en San Salvador es lo menos que he podido hacer. En lugar de estar más cerca, estoy más lejos. Y  la mayor ironía es que Wally y yo  estamos en la misma calle, (la avenida Monseñor Romero) sólo nos dividen  unas cuantas cuadras. Él,  leyendo poesía durante las tardes, y vendiendo libros en Plaza Morazán, y yo vendiendo frijoles en una acera, afuera del lugar donde vivo. Cuando le escribo a Wally por las redes sociales aquel me dice: “Huela hermano, usted se pierde…”, y yo le contesto: “…es que no hay tiempo compañero…”

Si me hubieran dicho que eso sucedería, allá por el año 2012, no lo habría creído.  

        

martes, 18 de octubre de 2016

Francisco Guirola.

Nacido en la primera década del siglo XX, Francisco Guirola Morán, era originario de Izalco, municipio del departamento de Sonsonate, ubicado al occidente de nuestro país: hasta la fecha, esa información me parece un tanto incierta, pues no he podido corroborarla con un documento fehaciente; pero, en palabras de mi madre, mi bisabuelo materno: José María Guirola, emigró con el niño recién nacido hasta Santa Ana, donde se asentaron en una zona rural al sureste de la cabera departamental, lugar que posteriormente se llamaría: caserío “Los Guirola”. 

Papa Chico, como era conocido entre sus hijos y nietos, era una persona disciplinada. De carácter fuerte y ordenado. Se dedicaba a la agricultura y a la ganadería. Mi madre me comenta que en los  años cuarenta, cuando los vehículos en El Salvador no eran muy comunes, él ejercía también el oficio de carretero, y que emprendía largas jornadas hasta el puerto de Acajutla con su yunta de bueyes llevando café o caña de azúcar.   

Muchas cosas recuerdo de mi abuelo, y puedo presumir, aunque esa presunción parezca cruel, que entre todos sus nietos, yo era el preferido. Me acuerdo que me hacía “troncomóviles” de madera, un detalle que hoy en día para algunos parecería simple, pero en mi interior era una gran muestra de afecto. También jugaba conmigo haciéndome sus famosos “venados”, el juego consistía en que él me tomaba por los brazos y piernas con sus manos, y me daba vueltas y vueltas hasta marearme, me parecía tan divertido que siempre que lo veía le decía: “Hágame un venao pa’chico”. Como dije arriba, aunque era una persona muy sería, y hasta severa, con los nietos se sabía ablandar, como todo buen abuelo.

Son esas, y más cosas las que recuerdo de papa chico. 

lunes, 16 de mayo de 2016

Introito extemporáneo



Cuando te vuelves a someter a las preguntas: ¿Qué harías frente la muerte de tu ser más querido? Y ¿Cómo la muerte de ese ser querido te recuerda que cada día vas perdiendo algo que nunca más volverás a recuperar?: alguna vivencia, tus recuerdos, o alguna habilidad. Y que todo lo que hayas hecho, lo que fuiste, a los seres que amaste, se perderán en la nada del tiempo.  

Cuando te das cuenta que el tiempo te devora, implacable. Y sientes que nadie más hará memoria de tu paso por esta vida, porque nadie está obligado a hacerlo, pues cada quien tiene que tener la voluntad moral de defender su propia memoria. En esos momentos es cuando empiezas a escribir sobre tu pasado, tratando de recuperar aquellos recuerdos que te hicieron ser quien ahora eres: el valioso individuo único e irrepetible, que por el momento respira, se alimenta, duerme, siente alegrías y angustias, certezas e incertidumbres, pero sobre todo sufre y ama en esta época que le ha tocado vivir.
      
En esos momentos es cuando tratas de sacar de la mina de tu memoria todos los recuerdos, y tratas de escribir sobre tu infancia, investigar sobre tus antepasados, y expresar tus sentimientos actuales y analizar las distintas formas de pensar a través de todas las etapas y ciclos que has vivido, notado cuanto has cambiado, no sólo física, si no también psicológica y espiritualmente. Sin embargo te das cuenta que en el fondo queda una esencia que ha sido inmutable a través de los años, y que por no tener un mejor término para nombrar terminas llamándola: la limpieza o suciedad de tu corazón, o el peso de tu alma.   

Escribe también tu propia historia, a mí me interesaría conocerla: aparte de amar y tratar de hacer el bien a los que te rodean, para que al menos alguien te recuerde con amor: es la única forma en la que puedes vencer a la muerte.  

Recuerda: el tiempo nos devora,  implacable.

sábado, 7 de mayo de 2016

Antonia González

Mónica Antonia González Alegría de Orellana era el nombre de mi abuela paterna, mejor conocida como Mama Toña entre sus hijos, nietos y bisnietos.
Originaria de Suchitoto, departamento de Cuscatlán, Mama Toña fue una persona trabajadora, que desempeñó labores como microempresaria en la producción de alimentos. Mucha gente recuerda los famosos tamales hechos por Mama Toña, que en su tiempo fueron muy famosos en la comunidad donde vivíamos.   
A Mama Toña le interesaba mucho la gente: ella era capaz de recordar los cumpleaños de todos sus familiares y allegados. De recordar con cariño a toda su familia y amistades, hablaba bien de todo el mundo, siempre dispuesta a ayudar a los demás, en vida no le conocí enemistad alguna, y todas sus contemporáneas, entre amigas y compañeras de la Legión de María, la conocían como Toñita.
De personalidad religiosa, llevaba en sus oraciones a todos sus familiares y conocidos. Con una fe inquebrantable, sirvió como Legionaria de María por varios años, hasta que la la enfermedad no la dejó levantarse; por eso, uno de los recuerdos que siempre llegan a mi mente cuando rememoro a Mama Toña, es cuando en su funeral la despidieron con los honores propios de la orden Legionaria, entre ellos, la entonación del Himno de la  Legión, que provocó el llanto en mi, llanto que por cordura o, por machismo, había reprimido durante todas las exequias, y que no pude contener al escuchar las notas de tan hermosa composición.
Otro de los recuerdos que está presente en mi memoria, es cuando en la ceremonia de velación, me acerqué al féretro abierto para verla por última vez: a mi no se me da mucho el recordar los rostros, puedo ver el rostro de un amigo o un familiar  y cuando quiero rememorar su cara se borra de mi mente al momento, pero con Mama Toña no me ha pasado así, la recuerdo exactamente como la vi por última vez, cuando me acerqué, con los ojos del adolescente que en ese momento era: Mama Toña parecía dormida, con un rostro placido que expresaba bondad y dulzura.
Mama Toña: me enseñaste tantas cosas, entre ellas, que tengo que llevar en mis oraciones, tanto a las personas que amo, como a aquellas que ni siquiera se acuerdan de mi, y hasta a los que me quieren mal.


  

   
   

lunes, 2 de mayo de 2016

Otra glosa de Borges

Un escritor, o todo hombre, debe pensar que cuanto le ocurre es un instrumento; todas las cosas le han sido dadas para un fin y esto tiene que ser más fuerte en el caso de un artista. Todo lo que le pasa, incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte; tiene que aprovecharlo. Por eso yo hable en un poema del antiguo alimento de los héroes: la humillación, la desdicha, la discordia. Esas cosas nos fueron dadas para que las transmutemos, para que hagamos de la miserable circunstancia de nuestra vida, cosas eternas o que aspiren a serlo. ”

Tomado de:
Borges, J.L. Siete Noches, 1999. Página 157. Alianza Editorial: España.


viernes, 29 de abril de 2016

Vives en mí, Francisco Guirola.

Desde mis ojos de niño te veía grande, y sigues siendo grande para mí en el recuerdo. Gracias a ti descubrí el amor a la lectura. Y cuando te fuiste, supe por primera vez que existía eso que llaman Muerte: ese sueño que nos arrebata a las personas que más queremos.

Hoy, cuando me veo al espejo, creo ver en mi rostro el reflejo de tu rostro.