jueves, 20 de octubre de 2016

Paradojas del destino…

Durante el año 2012, junto a dos amigos, Walldemar Romero y Sergio Garay, emprendimos una aventura literaria llamada: “Circulo Literario Mishima”. Era un inocente esfuerzo por difundir la literatura, propia y ajena, en varios medios: escuelas, bibliotecas, centros culturales etc.  

El proyecto duró, esencialmente, cerca de dos años. Poco a poco, cada uno tomó distinto camino. Debo asegurar que fue durante ese tiempo que me sentí más conectado con el quehacer literario, pues no he vuelto a participar en actividades de esa índole. Básicamente, el único que se mantiene activo bajo esa idea es mi compañero Walldemar, pues él, bien o mal, sigue difundiendo la literatura desde su perspectiva.

Por esos años me tocaba viajar continuamente de Santa Ana a San Salvador,  para asistir a las distintas actividades culturales de la capital. Trabajaba como docente de educación básica en un colegio de mala muerte y vivía tranquilo, sin más tropiezos en la casa paterna. Emigré con el objetivo de mejorar mi situación económica  y tener más tiempo para la literatura, pero hoy que vivo en San Salvador es lo menos que he podido hacer. En lugar de estar más cerca, estoy más lejos. Y  la mayor ironía es que Wally y yo  estamos en la misma calle, (la avenida Monseñor Romero) sólo nos dividen  unas cuantas cuadras. Él,  leyendo poesía durante las tardes, y vendiendo libros en Plaza Morazán, y yo vendiendo frijoles en una acera, afuera del lugar donde vivo. Cuando le escribo a Wally por las redes sociales aquel me dice: “Huela hermano, usted se pierde…”, y yo le contesto: “…es que no hay tiempo compañero…”

Si me hubieran dicho que eso sucedería, allá por el año 2012, no lo habría creído.  

        

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