jueves, 21 de abril de 2011

CRISTOS INDÍGENAS: Izalco, El Salvador.

"Antes de que nos olviden,
Haremos historia.
No andaremos de rodillas,
El alma no tiene la culpa..."
Caifanes

La noche del Jueves Santo, en Izalco, no se duerme. Durante buena parte de la tarde, y toda la noche hasta el amanecer, se celebra la tradicional procesión, que recorre arcanas callejuelas y avenidas de este enigmático lugar.


Siempre que visito el pueblo de Izalco, me invade la extraña sensación de que me encuentro pisando suelo sagrado ¿Será porque en él se acuna en la forma más evidente, el secreto del mestizaje cultural que caracteriza a mi país? ¿Será porque fue también el lugar donde aconteció uno de los más grandes etnocidios para américa latina en detrimento del pueblo indígena en enero de 1932? Ambas preguntas son plausibles, pues, en cierta forma, el suelo izalqueño ha sido bañado con la sangre indígena. Y en él, todavía se escuchan los ecos de las almas insepultas de los indígenas masacrados en 1932.

Lo anterior se ejemplifica durante estas fechas, pues los indígenas que aún viven, caminan como muertos insepultos al paso de la procesión, la cual es encabezada por los humildes “Cristos” todos cargados por personas indígenas. Simbólicamente el cortejo es seguido por la población ladina, que lleva, en andas, al Jesús Nazareno, acompañado de su cortejo, con opulencia y rasgos occidentales. Todos estos son datos semióticos que reflejan más de una parte de los fenómenos culturales que aquí se observan, entre ellos la geografía de la misma ciudad, las pugnas históricas, y el sincretismo, con lo que a religión respecta.

Izalco es un pueblo latinoamericano que encierra todos esos secretos, donde hay tantos espectros que se reflejan en los rostros de los “Cristos”. Durante la procesión el pueblo se transforma, hay mucha gente en las calles, hay alegría, risas, pero esas sonrisas sardónicas en la cara de unos, contrastan con la piedad en el rostro de otros. A pesar de todo eso, Izalco es un pueblo fantasma. Durante esta tarde me embarga una sensación similar a la que sufrí, al leer la novela Pedro Paramo de Juan Rulfo.

No dormiré esta noche...