Mi cámara era una Nikkon. Yo pasaba mis vacaciones en San Salvador. Casi todas las noches salía a pasear por el centro hasta tarde; mi ruta preferida era caminar por la calle Darío y deambular por el Parque Bolívar, la Plaza Morazán, el Parque Libertad, y el Ula Ula, con la iglesia El Rosario a un costado, la que yo suelo llamar de cariño: “La Tortuga”. Andaba en busca de una buena fotografía y sacaba bonitas fotos de las estatuas de Bolívar y Barrios, cada uno sobre su caballo: en su parque homónimo el primero y en el Libertad el segundo. Al observarlos a ambos rememoraba – con gusto – aquellos versos de Borges, rayanos en el artificio:
Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete
que, alto en el alba de una plaza desierta,
que, alto en el alba de una plaza desierta,
rige un corcel de bronce por el tiempo…(*)
Siempre que estoy en un lugar me gusta pensar en como hubiera sido en otra época, imaginarme que gente ha caminado por el mismo camino, quién ha gastado antes con la vista las mismas cosas que veo yo. Cuando pasaba por los puestos solitarios del mercado pensaba en como se ven de día, con toda la gente y el caos de microbuses; San Salvador es bonita, no es como dice Cerati de Buenos Aires “tan susceptible”(**), sino que encierra algo más: siempre, aún nocturna y solitaria, se siente una tensión, es como si estuviéramos parados sobre un horno que nos hace ir de prisa, mover las plantas de los pies rápidamente para no quemarnos, quizá porque a la base está el fuego de un volcán.
A menudo se ven estampas que reflejan esa tensión y manifiestan la pobreza, violencia y lo sórdido. Todos sabemos que El Salvador es uno de los países más violentos de America Latina, sólo falta poner de ejemplo mi caso, soy un visitante reciente en la capital, pero en una de las ciudades más “tranquilas” del país tuve mi primer susto por la delincuencia: cuando, en un microbus, unos pandilleros me confundieron con un policía que supuestamente ellos conocían, me amenazaron con una pistola y por poquito me roban la laptop. Menos mal que no se dieron cuenta que eso era lo que llevaba en mi mochila ¿¡¡Ya voy a parecer policía yo!!? Como se atreven a confundirme, no es que tenga de menos a los uniformados, lo que pasa es que me ofendo porque no soy tan feo para que me anden comparando. De suerte que me salvé de una situación desagradable. Y además, no es eso lo que quiero relatar.
Como decía, vi muchas cosas propias de nuestros países, y que son una perfecta materia prima para congelar en la cámara: fotografíe sus cloacas que sueltan bocanadas de vapores fétidos; las luces nocturnas que acentúan las figuras de las prostitutas y los travestis, haciéndolos parecer espectros; los locos, que pululan en la ciudad y de los que siempre nos resultan sus particularidades. Pero lo que fue mi alegría esa noche, fue que veo en plena calle, una indigente que se baja los calzones en la acera y enseña sus nalgas mientras orina en público. Saqué mi cámara, ella extendió la mano y me dijo entre el flash: “no me tome ninguna foto”, cuando guardé la cámara en el estuche y la puse en un bolso que llevaba, un niño apareció corriendo de la nada y me arrebató el bolso donde llevaba mi Nikkon, me habían robado la cámara, pero no me dolía el hecho de haber perdido el objeto, sino haber perdido la foto, pues en el poco tiempo que la pude revisar en el visor, vi que era una foto muy buena, que reflejaba la cotidianidad de nuestros países latinoamericanos.
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[*] Borges: Oda escrita en 1966, en El Hacedor.
[**] Soda Stereo: En la ciudad de la furia. Disco: Doble vida (1988).
[**] Soda Stereo: En la ciudad de la furia. Disco: Doble vida (1988).
1 comentario:
como extraño pasear por las calles que desconosco con mi camara en mano y descubrir pequeñas bellezas urbanas ocultas tras una capa sempiterna de smog...hay como me gusta la palabra sempiterna, estan fuerte y casi irrompible.
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