sábado, 28 de junio de 2008

De nuevo la realidad imita a la ficción.


Ronald Orellana.

Auque nunca he querido vincular este blog con asuntos de mi vida, (porque no quiero convertirlo en un diario, ni mucho menos). El suceso que me ocurrió este día creo que merece un espacio entre estos post. Aunque sé que está destinado a perderse, como los demás, pues dudo que alguien lo lea.

En la madrugada, tomé a bien leer un par de cuentos para empezar el día, así que hurgué en una Antología del cuento fantástico que un buen amigo me presto. Leí El baúl de Felipe Buendía, y Los buitres de Oscar Cerruto. Entre otros.

Lo que no estaba por prever era que yo mismo me iba a sentir como uno de los personajes de esos relatos: El hecho sucedió en la tarde, cuando me dirigía para mi hogar, tome el colectivo, y una mano violenta, como garra, me arrebato el pasaje, hasta allí, nada había de raro; “pero al observar dentro sentí, que pasaba algo irregular en el ambiente y con las personas”

Mi transporte arrancó de forma brusca. Mis nervios se adaptaron a la hedentina del aire y el rumor de las personas hacinadas en el interior.

Después sentí que alguien me miraba, y mi vista se cruzo con la de una joven que iba en un asiento. Como soy un poco tímido y además porque no tenía la certeza de que ella verdaderamente me estuviera observando, me hice el desentendido. Cuando volví a mirar ella me sonrió, en ese lapso logré sentarme cinco asientos atrás, con algo de dificultad, pues mi transporte rodaba bajo el inmenso calor y el desorden de la ciudad.

Desde allí logre mirarla de espaldas, note que iba acompañada de una amiga, talvez su hermana, no tome mucho interés en la otra mujer.

Los pasajeros subían: las mismas caras desconocidas que se nos pierden todos los días en la memoria, y que nunca – a veces – volveremos a ver, y así se iban perdiendo dentro de la mole de acero.

Después, me di cuenta que poco a poco el vehiculo iba quedándose solo: el conductor, ellas y yo éramos los únicos ocupantes. La joven y su acompañante no se movían, no se cruzaban ni una palabra, parecían maniquíes. Comencé a llenarme de terror y decidí bajarme cuanto antes: claro está, mi vehiculo no era un tranvía, no había cruzado el riachuelo, ni visto al conductor envejecer en pocos minutos, además no estaba en Buenos Aires, así que decidí prever una escena desagradable, claro: no soy tan valiente para esperar la aparición de Los Buitres.

2 comentarios:

LUIS BORJA dijo...

SI DE ALGO TE SIRVE SIMPRE HAY QUIENES LEEMOS TU BLOG Y ESTE ARTICULO LO LEI JAJAJAJAJ. SALUDOS.

NO TE PREOCUPES SI NO LO LEEN:
LOS INMORTALES SOMOS INVISIBLES AL MUNDO

Ronald Adolfo Orellana. dijo...

“Los inmortales somos invisibles al mundo”

Excelente frase, me gusta… pero no hagas la bulla: nos pueden descubrir, ya sabes que yo quedé harto de las persecuciones que sufrí durante La Santa Inquisición.