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“…Me tengo que sentar en la escalinata de la iglesia, asombrado ante la belleza de la selva y de las estrellas sobre mi cabeza, pero es como si fuera demasiado para tolerarlo. Bajo mis ojos y advierto una pequeña separación entre los escalones de piedra, y ahí, en la oscuridad, a seis pulgadas de profundidad, en el fondo de esa estrecha cerviz formada por ásperas piedras de granito, crece una exquisita flor púrpura. Es parecida a un nomeolvides, cinco pétalos color magenta que emanan de una mandala central de una estrella de cinco puntas, extendiéndose valientemente hacia la luz con una extraordinaria fuerza vital y yo soy el único testigo del coraje de su lucha. En ese momento tengo acceso a la comprensión de que no sólo esos seres vivos tan diminutos, bellos y delicados deben de estar cargados de amor, si no también las piedras inanimadas que los rodean, todo dando y recibiendo, reflejando y absorbiendo, resistiendo y cediendo; me doy cuenta, quizás por primera vez, de que el amor nunca es desperdiciado. El amor puede ser negado o ignorado, incluso pervertido, pero no desaparece; tan sólo adopta otra forma, hasta que estamos listos y consientes para aceptar su misterio y su poder. Eso puede tardar un momento o una eternidad y no puede haber cosas insignificantes en la eternidad. Y si esto es verdadero, entonces debo seguir recordando mi historia, y tratando de extraer algún significado de ella e intentar convertir la prosa gris de mi vida en alguna clase de poesía trascendente.”
Tomado de:
Summers, Gordon; Sting (2003) Broken Music. Editorial Santillana (Aguilar), México DF. Pág.: 58.