Alquílenme, finalmente, esta tumba, blanqueada por la cal con líneas de cemento en relieve –lejísimos bajo tierra.(*)
He vivido 87,395 días, no haré cuenta de los minutos y segundos, pues de nada vale, sólo quiero recalcar que en los más de 13 mil años que el hombre – como lo conocemos –, pisa este planeta, el tiempo de mi vida vendría hacer prácticamente nada.
Soy un joven casado, amo a mi esposa, los libros y el café; aunque soy traicionero, no consiento la traición; me siento feliz cuando me porto mal y me enojo si el otro se porta bien; odio a mis enemigos y a mis amigos por igual; tengo el don de caerle mal a mucha gente y eso me hace feliz.
De mis recuerdos de niño guardo un eclipse; el cuchillo en forma de dragón, que veía en el aparador de una tienda de armas; y un clavel marchito sobre una tumba. Recuerdo que fue en mi prehistoria cuando descubrí, en la figura de mi abuelo, el amor por los libros.
Hoy, cierro otro ciclo de mi vida, y al despertar esta mañana, me di cuenta que es torcida la ventana que está frente a mi cama, –como las que vemos en nuestras pesadillas –, me di cuenta además que anoche me quedé dormido en la posición del feto que fui ayer, antes de salir del útero envenenado.
Hoy cumplo tantos años de vida, o de continuas muertes (ya me oigo como aquél poeta acartonado), pero también cumple años Goya, el autor del Saturno, pintura que encierra toda nuestra realidad.
No pido nada, porque todo se me ha negado, vivo en excomunión desde hace doce años y durante los últimos cuatro me he considerado ateo, que le voy a hacer, ya no puedo pensar con el mismo sentido común de antes, esa es mi convicción, pero a veces pienso que si Dios existiera, mi único dolor sería no poder compartir el cielo con Borges.
No soy escritor, aún no he llegado a esa etapa sublime que Heiddegger denomina Autoparlante del Ser, podríamos decir que soy un lector que escribe, nada más.
Una cosa sí, me considero un investigador nato; por mi gran curiosidad, amo la ciencia tanto como a la religión.
Esta madrugada me hace pensar que el tiempo se me está acabando, ese titán que nos devora, y nos carcome el esqueleto. Pero también me hace feliz, porque puedo estar junto a mi esposa, seguir leyendo, y disfrutar del café. Además de saber que pasé lo que me pasé, no le guste a quién no le guste, voy a seguir escribiendo, hasta que llegue el alzheimer definitivo.
Ronald Orellana.
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