Nacido en la primera década del
siglo XX, Francisco Guirola Morán, era originario de Izalco, municipio del
departamento de Sonsonate, ubicado al occidente de nuestro país: hasta la
fecha, esa información me parece un tanto incierta, pues no he podido
corroborarla con un documento fehaciente; pero, en palabras de mi madre, mi
bisabuelo materno: José María Guirola, emigró con el niño recién nacido hasta
Santa Ana, donde se asentaron en una zona rural al sureste de la cabera departamental,
lugar que posteriormente se llamaría: caserío “Los Guirola”.
Papa Chico, como era conocido
entre sus hijos y nietos, era una persona disciplinada. De carácter fuerte y
ordenado. Se dedicaba a la agricultura y a la ganadería. Mi madre me comenta
que en los años cuarenta, cuando los
vehículos en El Salvador no eran muy comunes, él ejercía también el oficio de
carretero, y que emprendía largas jornadas hasta el puerto de Acajutla con su
yunta de bueyes llevando café o caña de azúcar.
Muchas cosas recuerdo de mi
abuelo, y puedo presumir, aunque esa presunción parezca cruel, que entre todos
sus nietos, yo era el preferido. Me acuerdo que me hacía “troncomóviles” de
madera, un detalle que hoy en día para algunos parecería simple, pero en mi interior
era una gran muestra de afecto. También jugaba conmigo haciéndome sus famosos
“venados”, el juego consistía en que él me tomaba por los brazos y piernas con
sus manos, y me daba vueltas y vueltas hasta marearme, me parecía tan divertido
que siempre que lo veía le decía: “Hágame un venao pa’chico”. Como dije arriba,
aunque era una persona muy sería, y hasta severa, con los nietos se sabía
ablandar, como todo buen abuelo.
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