Durante el año 2012, junto a dos
amigos, Walldemar Romero y Sergio Garay, emprendimos una aventura literaria
llamada: “Circulo Literario Mishima”. Era un inocente esfuerzo por difundir la
literatura, propia y ajena, en varios medios: escuelas, bibliotecas, centros
culturales etc.
El proyecto duró, esencialmente,
cerca de dos años. Poco a poco, cada uno tomó distinto camino. Debo asegurar
que fue durante ese tiempo que me sentí más conectado con el quehacer
literario, pues no he vuelto a participar en actividades de esa índole. Básicamente,
el único que se mantiene activo bajo esa idea es mi compañero Walldemar, pues él,
bien o mal, sigue difundiendo la literatura desde su perspectiva.
Por esos años me tocaba viajar continuamente
de Santa Ana a San Salvador, para
asistir a las distintas actividades culturales de la capital. Trabajaba como
docente de educación básica en un colegio de mala muerte y vivía tranquilo, sin
más tropiezos en la casa paterna. Emigré con el objetivo de mejorar mi situación
económica y tener más tiempo para la
literatura, pero hoy que vivo en San Salvador es lo menos que he podido hacer. En
lugar de estar más cerca, estoy más lejos. Y la mayor ironía es que Wally y yo estamos en la misma calle, (la avenida
Monseñor Romero) sólo nos dividen unas cuantas
cuadras. Él, leyendo poesía durante las
tardes, y vendiendo libros en Plaza Morazán, y yo vendiendo frijoles en una
acera, afuera del lugar donde vivo. Cuando le escribo a Wally por las redes
sociales aquel me dice: “Huela hermano, usted se pierde…”, y yo le contesto: “…es
que no hay tiempo compañero…”
Si me
hubieran dicho que eso sucedería, allá por el año 2012, no lo habría creído.
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