martes, 31 de marzo de 2009

CARTA ABIERTA II.

Eclesiastés 3. 2- 9.
Estoy viviendo una de las mejores etapas de mi vida. Y quiero compartir con ustedes parte de la felicidad que siento en estos momentos.Como lo dije en la carta abierta del año pasado: cada vez que tengo la oportunidad de cumplir años cierro otro ciclo, y éste lo quiero clausurar agradeciendo a todas las personas (entre conocidos y amigos) que han externado sus críticas a Luz Bella Averni.

Alguna vez dije que este blog no era un diario personal ni mucho menos, siempre he querido que sea una actividad sería: hoy me retracto de esas palabras, pues al revisar los pasados post he descubierto que Luz Bella Averni es una especie de exploración interna; es entrar a la Cienaga de mi Alma, tan llena de contradicciones. Hoy puedo pensar que este blog es una búsqueda sincera e intensa a mi mismo de manera indirecta. A lo largo de sus líneas hay una especie de ajuste de cuentas con mi persona. Es también el reflejo del millón de fantasmas que me atacan en la cotidianidad.

Averni (como le llamo de cariño) va sobre dos años, y quiero tomar como excusa la licencia de esta carta abierta para reconocer a: Alex Calvillo, Erick Barrera, Edwin Vázquez, Santiago Vázquez, Krissia Caishpal, David López, Luís Borja, Julio González, Mario Zetino, Luís Hernández, Javier Espejo, Raúl Azcúnaga, Daniel Alberto, Edgardo Rincán, Ricardo Carbonel, Beleth (Chile), Gabriel Cisneros Abedrabo (Ecuador), Marie Agustine (Argentina), Franz L. Rieber V (Argentina), Osmin Pineda (Rode Island), Johanna Ortiz (Colombia): A todos les doy las gracias por visitar, criticar y comentar este blog.

Lo único que quiero con esta carta abierta, es tener la certeza de que tú, lector, conversas conmigo en la intimidad de mi casa, con un trago (*) entre las manos.

PD: Debo a mi amigo Julio González el capturar ese segundo mío en la foto.

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(*) Dejo a tu elección el licor, ya sea Vino, Ron, Whisky, Cerveza o Chicha.

lunes, 23 de marzo de 2009

JUAN SCHLENKER: UNA TUMBA PARA OLVIDAR.

Vivo cerca de un cementerio y por lo general me gusta pasear en él. Cuando quiero un poco de tranquilidad para leer y distanciarme del ruido me recluyo entre sus tumbas. Creo que es de un joven anormal como yo el sentirse entretenido con la paz que se respira en ese lugar: la verdad me siento más tranquilo rodeado de los muertos que de los vivos, el cementerio es el único lugar de hacinamiento humano que no detesto. Sé que tarde o temprano descansaré en ese sitio, por eso siento un singular respeto por él. En mis continuas visitas me gusta pasear por sus senderos, sentarme sobre alguna tumba, a leer bajo los árboles de ciprés; ver las estatuas diseminadas por todos lados, y de vez en cuando leer algún epitafio.

En mi cementerio se observan muchas cosas extrañas, propias del alma humana. Para mi es como un gran museo. También es una gran biblioteca llena de historias y biografías por desempolvar. Me gusta leer los epitafios de las tumbas más antiguas; especialmente las de principios del siglo pasado. Una de ellas es la tumba de Juan Schlenker: un emigrante alemán de inicios del siglo XX, Quién junto a Manuel Meza Ayau, en el año de 1906, fundaron la mayor empresa cervecera en El Salvador: Industrias la Constancia.

La tumba es una pequeña lapida que se extiende a la altura del suelo, donde se lee en forma lacónica:


JUAN SCHLENKER:
8 de agosto de 1928
1 er. Maestro Cervecero.
La Constancia S.A.


Desde su base se levanta una especie de obelisco, adornado con un blasón; el cual no puede identificarse con claridad por causa del deterioro que ha vivido a lo largo de los años. Esta tumba sigue el mismo diseño de todos los mausoleos fechados a finales del siglo XIX, y primeras tres décadas del XX. Ese diseño es tradicional en todos los sepulcros ilustres.

Mis pesquisas para investigar más acerca del personaje han sido infructuosas, tal parece que el tiempo se ha encargado de ir borrando toda noticia acerca de él, sólo queda esta tumba, la que dentro de poco demolerán para dar paso a otro ocupante. En la historia oficial de la empresa que él alguna vez fundará son muy pobres las referencias. En la administración del cementerio no he encontrado nada. He revisado los libros de actas y me he resignado a pensar que el acta de Juan Schlenker no se encuentra registrada; infructuosamente he buscado en el viejo y desvencijado libro de mausoleos y tumbas referente a 1928, que es el año en que fue enterrado. He interrogado la caligrafía ilegible de todas las actas del mes de agosto de 1928 y me doy cuenta que hay un vacío: precisamente faltan los registros referentes al 8 de agosto. Sólo queda la breve reseña escrita en su tumba: Es como si le hubieran prohibido ser y haber sido.

La tumba de Juan Schlenker es un ejemplo de lo injusto que es el destino. De cómo la memoria de un hombre al cual se le debe la receta de la cerveza que ha hecho ricos a unos, se pierde en el olvido.

lunes, 16 de marzo de 2009

DÉJÀ VU

Supongamos que soy un hombre racional. Supongamos que me rijo por los postulados de la razón (aunque todos sabemos que dichos postulados, el anti dogmatismo, por citar un ejemplo, siguen siendo preceptos que se transforman en dogmas). Siendo así: ¿Qué sucede cuando un hombre racional experimenta fenómenos inexplicables? o en mi caso: Fenómenos explicados por la ciencia, pero que sus elucidaciones no satisfacen mis expectativas por la complejidad de esas experiencias en mi vida. ¿Qué pasa cuando sentimos llegar a un punto muerto? Donde nuestro racionalismo excesivo no puede darnos explicaciones.

Me habría ahorrado la retórica barata del párrafo anterior, si hubiera empezado por el relato del fenómeno que viví recientemente y que implica a dos personas que considero mis grandes amigos, Alex Calvillo y Alejandro Ventura: el hecho sucedió en la enigmática CASITA DE CHOCOLATE, lugar por lo demás misterioso y sobre el cual se cuentan las más extrañas historias que tienen que ver con lo paranormal. Si mal no recuerdo, eran alrededor de las dos de la madrugada, me encontraba jugando ajedrez “por vez primera” con Alejandro. Alex observaba la partida, y hacia una serie de comentarios con el afán de ver perder a Alejandro. Así estuvimos por largo rato, los tres sentados frente a una pequeña mesa, reunidos alrededor del tablero, cada uno pendiente de la jugada del otro. Así se fueron yendo los minutos, poco a poco las piezas empezaron a acumularse en el lado del tablero del contrario, hasta que nos sucedió algo extraño: en un movimiento de caballo experimenté un Déjà Vu, sentí como si ese momento ya lo había vivido, lo raro fue que en ese instante los tres despegamos la atención del juego y nos vimos a las caras con extrañeza.
Seguimos jugando. Yo me guardé por un momento el comentario de lo que había experimentado hasta que terminó la partida. Después que Alejandro me ganó, me puse de píe y me estiré para desentumecer el cuerpo, bostece, y les dije a mis colegas:

– “hace un rato, en la jugada que hice al mover el caballo para comerme al alfil, sentí algo extraño, algo así como si ya había vivido ese instante”.
Yo me quede callado por un momento, cuando oí que Alejandro sentenció:
– “Tuviste un Déjà Vu”.
–“Sí… Un Déjà Vu” –respondí.
–“Pues a mí me paso lo mismo” – dijo Alex.
–“A mí también” – señaló escépticamente Alejandro. –“Fue la misma jugada. Puedo verte tomando el caballo y haciendo el movimiento, pensé que sólo yo lo había sentido” – Concluyó.

Todos sabemos que una de las explicaciones que se dan acerca del Déjà Vu es que se trata de un fenómeno cerebral, que implica los dos tipos de memoria: la memoria a largo plazo y la memoria a corto plazo, ambas se confunden, creando la impresión de que el momento que se está viviendo entra en un estado de recuerdo, provocando una sensación de familiaridad.

Atendiendo a esta explicación cabe preguntarse: ¿Si el problema es de carácter cerebral? lo lógico es que un solo individuo lo experimente. Entonces: ¿Por qué esa madrugada sufrimos el mismo Déjà Vu tres personas? Esto sólo lo puedo imaginar desligando el fenómeno del terreno de la psicología y transfiriéndolo a la disciplina de la metafísica: la única explicación lógica para mí la da Nietzsche (aunque no es la intención de Nietzsche explicar el Déjà Vu. Pues su finalidad, como la de todo filósofo, es explicar la naturaleza del Ser) en este fragmento, que es el que está relacionada con su concepción del mito del eterno retorno:

Todas las cosas pasan, todas las cosas vuelven; eternamente gira la rueda del Ser. Todas las cosas mueren, todas las cosas florecen de nuevo, eterno es el año del Ser. Todas las cosas se rompen, todas las cosas son unidas de nuevo; la casa del Ser se construye igual a sí misma. Todas las cosas se van, todas las cosas se dan la bienvenida una a la otra de nuevo; eternamente la rueda del Ser mora en sí misma. En cada Ahora, el Ser empieza; en cada Aquí gira la esfera del Ahí en círculo. El centro está en todas partes. El camino de la eternidad está determinado (*)”

Prefiero pensar que Alejandro, Alex y yo, nos encontramos jugando ajedrez continuamente en la eternidad, y que el Déjà Vu que experimentamos esa madrugada de marzo, solo es parte de las repeticiones de nuestras existencias cíclicas. A atribuirle una explicación puramente neurológica, con teorías que a la larga se quedan cortas.
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(*) Friederich Nietzsche. (1970) Así habló Zaratustra. Parte tres (el convaleciente). En Colección Nietzsche de bolsillo. Páginas: 329-330.