lunes, 16 de marzo de 2009

DÉJÀ VU

Supongamos que soy un hombre racional. Supongamos que me rijo por los postulados de la razón (aunque todos sabemos que dichos postulados, el anti dogmatismo, por citar un ejemplo, siguen siendo preceptos que se transforman en dogmas). Siendo así: ¿Qué sucede cuando un hombre racional experimenta fenómenos inexplicables? o en mi caso: Fenómenos explicados por la ciencia, pero que sus elucidaciones no satisfacen mis expectativas por la complejidad de esas experiencias en mi vida. ¿Qué pasa cuando sentimos llegar a un punto muerto? Donde nuestro racionalismo excesivo no puede darnos explicaciones.

Me habría ahorrado la retórica barata del párrafo anterior, si hubiera empezado por el relato del fenómeno que viví recientemente y que implica a dos personas que considero mis grandes amigos, Alex Calvillo y Alejandro Ventura: el hecho sucedió en la enigmática CASITA DE CHOCOLATE, lugar por lo demás misterioso y sobre el cual se cuentan las más extrañas historias que tienen que ver con lo paranormal. Si mal no recuerdo, eran alrededor de las dos de la madrugada, me encontraba jugando ajedrez “por vez primera” con Alejandro. Alex observaba la partida, y hacia una serie de comentarios con el afán de ver perder a Alejandro. Así estuvimos por largo rato, los tres sentados frente a una pequeña mesa, reunidos alrededor del tablero, cada uno pendiente de la jugada del otro. Así se fueron yendo los minutos, poco a poco las piezas empezaron a acumularse en el lado del tablero del contrario, hasta que nos sucedió algo extraño: en un movimiento de caballo experimenté un Déjà Vu, sentí como si ese momento ya lo había vivido, lo raro fue que en ese instante los tres despegamos la atención del juego y nos vimos a las caras con extrañeza.
Seguimos jugando. Yo me guardé por un momento el comentario de lo que había experimentado hasta que terminó la partida. Después que Alejandro me ganó, me puse de píe y me estiré para desentumecer el cuerpo, bostece, y les dije a mis colegas:

– “hace un rato, en la jugada que hice al mover el caballo para comerme al alfil, sentí algo extraño, algo así como si ya había vivido ese instante”.
Yo me quede callado por un momento, cuando oí que Alejandro sentenció:
– “Tuviste un Déjà Vu”.
–“Sí… Un Déjà Vu” –respondí.
–“Pues a mí me paso lo mismo” – dijo Alex.
–“A mí también” – señaló escépticamente Alejandro. –“Fue la misma jugada. Puedo verte tomando el caballo y haciendo el movimiento, pensé que sólo yo lo había sentido” – Concluyó.

Todos sabemos que una de las explicaciones que se dan acerca del Déjà Vu es que se trata de un fenómeno cerebral, que implica los dos tipos de memoria: la memoria a largo plazo y la memoria a corto plazo, ambas se confunden, creando la impresión de que el momento que se está viviendo entra en un estado de recuerdo, provocando una sensación de familiaridad.

Atendiendo a esta explicación cabe preguntarse: ¿Si el problema es de carácter cerebral? lo lógico es que un solo individuo lo experimente. Entonces: ¿Por qué esa madrugada sufrimos el mismo Déjà Vu tres personas? Esto sólo lo puedo imaginar desligando el fenómeno del terreno de la psicología y transfiriéndolo a la disciplina de la metafísica: la única explicación lógica para mí la da Nietzsche (aunque no es la intención de Nietzsche explicar el Déjà Vu. Pues su finalidad, como la de todo filósofo, es explicar la naturaleza del Ser) en este fragmento, que es el que está relacionada con su concepción del mito del eterno retorno:

Todas las cosas pasan, todas las cosas vuelven; eternamente gira la rueda del Ser. Todas las cosas mueren, todas las cosas florecen de nuevo, eterno es el año del Ser. Todas las cosas se rompen, todas las cosas son unidas de nuevo; la casa del Ser se construye igual a sí misma. Todas las cosas se van, todas las cosas se dan la bienvenida una a la otra de nuevo; eternamente la rueda del Ser mora en sí misma. En cada Ahora, el Ser empieza; en cada Aquí gira la esfera del Ahí en círculo. El centro está en todas partes. El camino de la eternidad está determinado (*)”

Prefiero pensar que Alejandro, Alex y yo, nos encontramos jugando ajedrez continuamente en la eternidad, y que el Déjà Vu que experimentamos esa madrugada de marzo, solo es parte de las repeticiones de nuestras existencias cíclicas. A atribuirle una explicación puramente neurológica, con teorías que a la larga se quedan cortas.
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(*) Friederich Nietzsche. (1970) Así habló Zaratustra. Parte tres (el convaleciente). En Colección Nietzsche de bolsillo. Páginas: 329-330.

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