miércoles, 15 de mayo de 2013

La domesticación del Animal Humano.



Desde que me encontraba en la pre-adolescencia, (recurro al cliché que ese término me obliga a utilizar, sólo para poder nombrar una etapa de mi vida) empecé a formularme una serie de interrogantes que al final podían resumirse en una: ¿Por qué todos aceptan lo establecido sin ni siquiera darse la oportunidad de cuestionarlo? Sé que esa no es una pregunta apta para un niño de 13 años, pero, cuando estaba parado en el altar mayor, vestido de acólito, mientras veía a todos dándose golpes de pecho, y mientras yo, disfrazado como un estúpido y sosteniendo un incensario repetía también un: “por mi culpa… Por mi culpa…. Por mi grave culpa…”  volvía a la vida despierta y veía las caras compungidas de la gente, que demostraban su infelicidad; luego me decía: ¿Qué hago aquí? y me preguntaba también si los demás, después de participar de ese circo, volvían a la vida despierta y se hacían la misma pregunta. La situación que ejemplifico, y muchas otras referentes a otros aspectos, (no sólo a la religión) y que no ameritan espacio en estas líneas fueron las que configurando esas interrogantes en mi pueril cabeza.

No fue sino hasta que hurgué en la filosofía que descubrí la respuesta a todas esas preguntas. Descubrí que el sistema sólo te deja ganar unas pocas veces para que le sigas dando, para que sigas con la lengua extendida bajo su gotero. Lo que llamamos delincuentes lo han notado, o es una pulsión  inconsciente por eso viven al margen del sistema. Nosotros, el rebaño, pensamos que son ellos los que están equivocados cuando es todo lo contrario. Somos esclavos de nuestras responsabilidades con la sociedad. La sociedad y la convivencia armónica con nuestro prójimo es la más grande de las ficciones, es una ficción maléfica porque se encarga de domesticar al animal-hombre, lo estruja, lo envilece. Es muy parecido a lo que sucede con el perro, pues antaño, cuando el perro no había adquirido su actual naturaleza era un animal majestuoso, puro, libre; cambio esa majestuosidad por la seguridad que le traía el mendigar las sobras que los hombres le lanzaban, hoy se ha degradado la categoría servil que conocemos. Como nosotros dentro de este sistema, sorbiendo una la felicidad enlatada como un producto de consumo, en estos tiempos en que la felicidad se compra con Mastercard y Credomatic. Te llevas bien con los demás siempre y cuando entre tu relación con ellos no se inmiscuya el amor o el dinero.

En mi caso, atender a convenciones como el trabajo, la familia, la religión, etc., me tienen harto, soy raro para los demás porque no me adscribo al canibalismo simbólico que ellos profesan, porque no doblo mis rodillas ante la idea de ningún dios. Los demás quieren discutirme eso, no saben la calvicie, la caspa y seborrea que todas sus ideas me ocasionan. Sin embargo, cualquiera que me conoce personalmente podrá constatar que soy mucho más sincero que la gran mayoría.  Me cansé de darle la razón a los demás, de decirle a alguien que sus ideas huelen cuando su boca apesta peor que una cloaca de aguas negras. No es hipocresía, no, simplemente es un afuero de sinceridad.

Las convenciones sociales lo obligan a uno a hacer cosas que uno en su fuero interno no quiere… el sueño del trabajo, el matrimonio y la familia como la felicidad, cuando puedes encontrar la felicidad en otras cosas, más sencillas y que muchos no ven a simple vista. Algo que para muchos es incomprensible  como  disfrutar tu propia soledad podría ser una de esas cosas. Que el hombre esté en armonía con sus semejantes es algo fuera de lógica, no es una ficción verosímil, si ves a alguien siempre alegre algo malo debe de haber en él. El hombre es el único animal gregario que se come así mismo, es como sí se nos obligara vivir en sociedad, e inconscientemente la rechazáramos. Cultivar un poco de amargura y odio es sano de vez en cuando. Va más con nuestra naturaleza de hombre como lobo del hombre mismo (Homo homini lupus). Así que ahora, cuando camines por la calle y te encuentres con los demás transeúntes, no oses en saludarlos. O con quien te sientes a comer a la mesa, no oses en desearle buen provecho. Conocidos o extraños: sabes que ellos, potencialmente, tienen la facultad de eliminarte.  Y sea quien sea lo hará, de las formas más creativas posibles, cuando encuentre la oportunidad de hacerlo. 



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