Momentos en
los que uno siente que puede tocar la
cima de las montañas con sólo levantar un brazo. En los que uno puede estrujar el sol cerrando
el puño, y barrer el mar con una simple manotada. Esos momentos se traducen, en el desnudo
golpeteo de las teclas, en la lluvia que se convierte en palabras frente a
nuestros ojos en la pantalla del ordenador. Y en ir hilvanando, poco a poco, mundos
quiméricos que en su génesis nos provocan gran placer al verlos creados,
palabra a palabra, como en el principio. El placer de la creación es tan infinito,
como afirma Huidobro: “El Poeta es un
pequeño Dios...”
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