No tenía destino alguno para la caminata de ese día, así es que de pronto me veo dentro del mercado, rodeado vendedores ambulantes y pregoneros; dirijo mí vista hacia las esquinas de la calle: todo es color y susurro de multitud. Sigo caminando y veo a las vendedoras que ofrecen su mercancía en canastos, en su mayoría, indígenas vestidas con refajo; los colores de los trajes típicos y la fruta saltan a mis ojos: veo mangos del tamaño de una mano extendida, con tonalidades que van desde el amarillo hasta el rojo. Quiero sacar la cámara para registrar tanta forma y color, pero algo me lo impide, es el sentimiento de que alguien pueda robarme, ya que estoy rodeado de gente, y los mercados son los lugares preferidos para los ladrones. Entre los compradores pueden verse diversidad de rostros: gente de piel blanca, étnicamente caucásica, indígenas de piel cobriza, y personas melanodermicas, que son el claro ejemplo de que Guatemala es un país multicultural.
Después de caminar unas cuadras, paso de la zona donde se vende la fruta a unas carboneras: jamás en mi vida había visto tanto carbón junto, apilado en montañas del tamaño de un hombre, a mi izquierda hay una tienda donde venden utensilios de alfarería: hoyas, tinajas y comales[**] que me regalan su color brillante de barro cocido; un hombre, (seguramente el dueño del negocio) está sentado en la entrada, leyendo el periódico en una actitud que da la impresión de que se encuentra allí eternamente, con la cara escondida tras el periódico: como si estuviera espiando a alguien.
Sigo mi camino hasta que llego a unas ventas de madera, los tablones de pino se alzan apilados desde el suelo, distingo el olor de otros árboles maderables: sándalo, mataratón y cedro; el sonido de la madera aserrándose es muy fuerte, siento como la madera llora, sangra aserrín y hace chillar la hoja dentada de la sierra.
Luego entro en una red de estrechos pasadizos, sucios y oscuros, me siento de repente como si estuviera dentro de un intrincado laberinto... después de tanto andar, entro en un callejón donde logro ver al fondo una luz, salgo y me doy cuenta que el mercado quedó atrás: la marcha me dejó en un escampado: el sol me da en la cara. A mi derecha: una calle que desemboca en una ligera pendiente; frente a mi: la línea férrea; y a mi izquierda presencio una imagen que no me fue avara en ternura: sobre una tapia, un mural que combinaba los tonos del azul al púrpura, coronado por una casa rosada de aspecto pobre, pero no tacaña en belleza, que logra enternecerme con su hermosura elemental. No lo pienso dos veces: saco mi cámara y disparo, pues para mi hubiera sido imperdonable que no quedara testimonio de tan emotivo instante.
Me acerco al mural para revisar si hay firma del autor, para darle el mérito a quien lo pintó; por más que lo examino no encuentro rubrica alguna: ¿Quién habrá sido ese autor anónimo? ¿Quién nos habrá regalado las condiciones para que se hubiera podido sacar esta foto? Esa ironía de la vida me recuerda que muchas de las obras no pertenecen a quien las creó, sino a quién las aprecia.
_________
[*] Fechado en: 04. 24. 2010.
[**] Utensilio de cocina que asemeja a una lámina de forma circular, hecho de barro cocido, utilizado en Mesoamérica para la cocción de tortillas de maíz.
Después de caminar unas cuadras, paso de la zona donde se vende la fruta a unas carboneras: jamás en mi vida había visto tanto carbón junto, apilado en montañas del tamaño de un hombre, a mi izquierda hay una tienda donde venden utensilios de alfarería: hoyas, tinajas y comales[**] que me regalan su color brillante de barro cocido; un hombre, (seguramente el dueño del negocio) está sentado en la entrada, leyendo el periódico en una actitud que da la impresión de que se encuentra allí eternamente, con la cara escondida tras el periódico: como si estuviera espiando a alguien.
Sigo mi camino hasta que llego a unas ventas de madera, los tablones de pino se alzan apilados desde el suelo, distingo el olor de otros árboles maderables: sándalo, mataratón y cedro; el sonido de la madera aserrándose es muy fuerte, siento como la madera llora, sangra aserrín y hace chillar la hoja dentada de la sierra.
Luego entro en una red de estrechos pasadizos, sucios y oscuros, me siento de repente como si estuviera dentro de un intrincado laberinto... después de tanto andar, entro en un callejón donde logro ver al fondo una luz, salgo y me doy cuenta que el mercado quedó atrás: la marcha me dejó en un escampado: el sol me da en la cara. A mi derecha: una calle que desemboca en una ligera pendiente; frente a mi: la línea férrea; y a mi izquierda presencio una imagen que no me fue avara en ternura: sobre una tapia, un mural que combinaba los tonos del azul al púrpura, coronado por una casa rosada de aspecto pobre, pero no tacaña en belleza, que logra enternecerme con su hermosura elemental. No lo pienso dos veces: saco mi cámara y disparo, pues para mi hubiera sido imperdonable que no quedara testimonio de tan emotivo instante.
Me acerco al mural para revisar si hay firma del autor, para darle el mérito a quien lo pintó; por más que lo examino no encuentro rubrica alguna: ¿Quién habrá sido ese autor anónimo? ¿Quién nos habrá regalado las condiciones para que se hubiera podido sacar esta foto? Esa ironía de la vida me recuerda que muchas de las obras no pertenecen a quien las creó, sino a quién las aprecia.
_________
[*] Fechado en: 04. 24. 2010.
[**] Utensilio de cocina que asemeja a una lámina de forma circular, hecho de barro cocido, utilizado en Mesoamérica para la cocción de tortillas de maíz.
Tienes razón Caballero, que hermoso mural, me transporto al mar, con sus tonalidades azuladas y los rostros de sirenas.
ResponderEliminarY las obras dejan de ser enteramente nuestras cuando la mostramos. En ese acto de compartir, en esa ofrenda, ya dejan de ser nuestras y pasan a ser de aquel que las mira (en este caso) o lee, o escucha...
Hoy me has hecho pasear mi Caballero con tus descripciones y percepción de poeta, todavía respiro el aroma de los maderales.
Muahhh de princesa.
Princesa Melody:
ResponderEliminarMe alegro al saber que el mural logra transportarte al mar. En lo personal me gustó hallarlo porque fue para mí como un trofeo que se encuentra al final de una larga travesía, teniendo en cuenta que estuve deambulando durante unos minutos dentro de un intrincado laberinto de pasajes húmedos y sombríos; encontrarlo, fue como un tesoro para mí.
Tu amistad también es un tesoro, pues, aunque no te conozca personalmente, me agrada que me leas siempre y que te preocupes por mí.
Te mando un besito hasta tu castillo.
Atte.: tu Caballero del Averno.
ES INTNESA LA CAPACIDAD DE OBSERVACIÓN Q TNES.
ResponderEliminarGracias por llevarnos a ese mercado, he vivido con angustia el deseo de sacar una foto y sentirme reprimida ¡¡que mal se lleva eso!! Menos mal que finalmente nos has liberado "muchas de las obras no pertenecen a quien las creó, sino a quién las aprecia" ¡¡que frase más linda Ronald!!
ResponderEliminarUn fuerte beso
Mizar
Estefania:
ResponderEliminarDe nuevo: bienvenida!!!
Mizar:
Ha sido un placer, estoy contigo respecto a lo que dices: a veces las condiciones no son favorables para sacar una foto, y vemos como se nos escapa de las manos retratar a través del lente un evocador instante.
Un fuerte beso.
Ronald:
ResponderEliminarEs fresca y animada tu descripción.
Los mercados suelen ser el alma de los pueblos, y qué bueno que pudiste ir a uno de los más típicos.
Recuerdo siempre a Guatemala con cariño y admiración; a pesar de tener muchas cosas en común con mi país, es particularmente colorida y, como bien indicas, presenta una variedad de etnias y culturas fascinante.
Muy buena tu frase final.
Un beso
Gracias por visitar mi blog y así permitirme descubrir el tuyo muchas gracias por tus dulces palabras,¡Bienvenido a mi "rincón"!! Bikiños
ResponderEliminarLIZ:
ResponderEliminarEs como tu dices, una de las tantas cosas que le dan magia a Guatemala son sus colores, pareciera que los motivos de los refajos indígenas estuvieran presentes en todos lados.
Un beso para ti.
MARTA.
Bienvenida, es un placer tenerte por aquí.