sábado, 28 de febrero de 2009

PREMONICIONES.

Ronald Orellana.
Tenía la capacidad de leer el destino en el rostro de la gente. Cuando caminaba por las calles se entretenía leyendo las desgracias y sufrimientos en las caras de los transeúntes: “Ese tipo tiene cáncer – se decía al ver a un señor en la estación del metro – él no lo sabe, pero la enfermedad lo matará dentro de cuatro años, pasará por dolorosas quimioterapias, perderá el cabello. En su casa tiene un gato, es padre de tres hijas y su esposa es diabética.”

No tenía novia ni amigos, porque sentía miedo de encariñarse con otra persona, de la que pudiera conocer sus mentiras, traiciones, envidias, hipocresías y enfermedades terminales. Más que todo, tenía temor a enamorarse, porque Él conocería el final de la relación y sufriría por el dolor que le ocasionaría la pérdida.

Por las tardes, al salir del trabajo, se pasaba las horas solo en un parque. Muriéndose de envidia y a la vez conmiserándose de las parejas que abrazados para soportar el frío, se amaban en las sombras, o la luz de un farol, mientras Él se helaba sentado en su butaca, sin más compañía que un cigarrillo. A veces se reía con una risa maliciosa al leer el destino de alguna pareja de enamorados que se comían a besos en una esquina: “Ella solo lo quiere por su dinero, tienen tres meses de conocerse. Cuando se casen, procrearan dos hijos, él pasará por una crisis de alcoholismo. Ella terminará amargada porque su marido es asmático y le tocará cuidarlo en los últimos años; tendrá tres amantes, él no sé dará ni cuenta porque se la pasará en los burdeles buscando prostitutas.” Siempre se acercaba a las parejas para saludarlas y felicitarlas hipócritamente. Mientras se marchaba del parque, mascullaba entre dientes un: “Pobres infelices…

Aun así la soledad lo desesperaba. Por las noches soñaba con una mujer de cabello ondulado, piel blanca y de ojos negros como el color del gato: Ella, enfundada en telas vaporosas, lo llamaba a un jardín; mientras corría sus ropas ondulaban en el aire, dando la impresión de que flotaba en el agua, Ella lo guiaba entre la vegetación, pasando por fuentes y laberintos, cruzaban por un arco que los llevaba hasta un llano donde habían muchas bancas, cuando se sentaban en un pequeño escaño, Ella se acercaba para besarlo: eso hacia que él despertara con un sobresalto.

Cada mañana interrogaba su rostro en el espejo pero no lograba ver nada, y es que Él no podía leer su propio futuro. En vano inquiría su rostro fosilizado en las fotografías a blanco y negro, pero no se le revelaba ninguna premonición. Eso le hacia pensar con certeza, en la idea de encontrar una persona que tuviera su mismo don, la cual no podría leer su propio futuro. La idea le martillaba la cabeza, y le daba esperanzas de encontrar a esa mujer.

En vano buscaba en las iglesias, en los bares, los parques y las estaciones del metro. En su trabajo conocía demasiado a todas sus compañeras. Si por la calle abordaba a una desconocida, automáticamente –aunque quisiera evitarlo – leía su vida entera con el simple hecho de mirarla a los ojos.

Un día se levantó con la firme convicción de ir a una agencia matrimonial. Al llegar y revisar entre todos los expedientes de las aspirantes, revisando sus fotos, no había ninguna a la que no le pudiera leer su destino. Pero después de pasar expediente tras expediente, encontró la foto de una mujer a la que no le pudo leer el rostro: era una morocha de ojos negros; su capacidad premonitoria no funcionaba frente a el retrato a blanco y negro: “esa es la mujer con la que he venido soñando todos estos días” pensó, y con premura hizo las gestiones para concertar el encuentro.

Fue mutua la atracción cuando se conocieron. Ella le contó que se ganaba la vida leyendo las líneas de la mano. Él le confesó todo sobre su capacidad premonitoria, le contó que antes de conocerla ya la había visto en un sueño. Ella también le refirió que desde niña había tenido una pesadilla constante: siempre soñaba que se encontraba perdida en un bosque oscuro, poblado de árboles sin hojas, de los que colgaban siluetas de hombres ahorcados, pero a causa de la neblina y las sombras nunca podía distinguirles el rostro. A los pocos días decidieron irse a vivir juntos, pactando de común acuerdo no tocar el tema de las premoniciones, y así, tratar de vivir como una pareja común y corriente.

Pasaron los años, Él siempre sentía miedo, por eso le escondía la palma de sus manos. Quizá por el tiempo que llevaba juntos ella fue adquiriendo la facultad de leer los rostros, pero lo guardaba como un secreto. La convivencia se hizo difícil entre ambos: ella dejó de verlo a la cara, comenzó a distanciarse poco a poco, discutían por trivialidades, Ella no podía dormir y si dormía un poco era victima de continuas pesadillas: una noche se volvió a soñar desnuda, perdida en el mismo bosque nebuloso, siempre con los mismos árboles frutecidos de cadáveres, Ella se acercó a uno de los ahorcados que tenia cubierta la cara por la neblina, cuando le desveló el rostro vio la cara de su marido, echó a correr entre los árboles viendo en cada uno de los hombres que pendían de las ramas, el mismo rostro multiplicado centenares de veces.

Esa mañana se levantó temprano, se fue de la casa sin decirle una sola palabra.

Él no la buscó, resolvió esperarla por unos meses, con el tiempo se fue deprimiendo más al ver que ella no volvía. Un día perdió el empleo y por la desesperación decidió suicidarse, colgándose del dintel de una de las puertas de su casa. Hoy Ella se sigue ganando la vida leyendo las líneas de la mano, y se entretiene en las calles, escrutando el destino en le rostro de los transeúntes.

1 comentario:

  1. Escribir es ser desde ese espacio donde vibran todos los trenes, gracias por tus palabras, tu amigo

    Gabriel Cisneros

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